No sé si Dios me permitirá ver ese momento, ojalá que así sea, pero la noche del 15 de noviembre de 2016, fui testigo de una oportunidad inédita que dejó escapar la Selección Mayor de Fútbol de Panamá: aniquilar por primera vez a México en unas eliminatorias mundialistas.
El escenario para esculpir el hecho histórico era el ideal, con más de 25 mil almas como testigos que abarrotaron el estadio Rommel Fernández Gutiérrez, en el marco de la segunda jornada de la fase final de las eliminatorias de la Concacaf, camino al Mundial de Rusia 2018.
Nunca antes, en eliminatorias mundialistas, Panamá había tenido a México en el piso, listo para aniquilarlo.
En mi memoria, de 40 años, no reposa ese momento.
Incluso, busqué en papel las estadísticas de enfrentamientos entre Panamá y México en eliminatorias y ninguna me hizo recordar ver al "gigante" de la Concacaf contra las cuerdas y con la mandíbula abierta para recibir el golpe que lo enviaría al mundo de los sueños.
Han sido siete partidos en total, con cuatro triunfos para los mexicanos y tres empates.
Precisamente en las derrotas de Panamá, hay un hecho que no puedo pasar por alto y vale la pena traer al tintero. Un capítulo bochornoso en la historia del balompié panameño, cuando el 16 de julio de 2000, miles de aficionados salieron a celebrar, inexplicablemente, en las calles de la ciudad capital, luego de que la Roja cayó 1-0 ante México en el coloso de Juan Díaz.
Diría el "Maestro Charslatan": ¡Esto es imposible! Pero, aunque a muchos les cueste hoy creer, así sucedió.
Incluso, conversaba con el colega de "Crítica" Jaime Chávez, y me decía que aquel día los comentaristas mexicanos no se explicaban cómo era que los panameños estaban festejando que México los había derrotado.
Claro, la afición esperaba una goleada y, al caer solo por la mínima ante el "gigante" de Concacaf, mandaron un mensaje al mundo que lo vivido había sido una "honrosa" derrota.
Con esta mentalidad del 2000 no se llega al Mundial ni mucho menos con sentirnos hoy, en el 2016, felices porque Panamá sacó un punto en casa contra México.
Señores, esta no es la actitud que debe ir de la mano con Panamá y el sueño de clasificar por primera vez a un mundial.
Claro que fui uno de los que dije que el México que iba a jugar contra Panamá metía miedo, y no era para menos, luego de lo que había hecho como visitante ante Estados Unidos en el arranque de la Hexagonal.
Un México que gustó, ganó y que pudo haber salido por la puerta grande con una goleada en el bolsillo.
Por esa razón, no era descabellado pensar, en ese momento, que un punto en el Rommel era valioso.
Sin embargo, luego del silbatazo inicial y transcurridos los 90 minutos de partido, añadiéndole el tiempo de reposición, aún no puedo tragarme el sentimiento de amargura que tengo porque dentro del campo de batalla pude observar a un Panamá que tuvo la gran oportunidad de aniquilar, por primera vez en su historia, al "gigante", y que al final la dejó escapar.