Días atrás el Despacho de la Primera Dama inauguró en Panamá el primer centro para autistas que lleva el nombre de Ana Sullivan, una mujer estadounidense que pese a sus infortunios logró vencer la pobreza, la orfandad y su ceguera. Para ayudar a los niños ciegos, aprendió a manejar el sistema Braille.
Sullivan fue la maestra de Hellen Keller, una niña sorda y ciega, a quien logró transformar en un ser humano útil y normal. Pacientemente le deletreó palabras en la palma de la mano hasta lograr enseñarle a leer, escribir y hablar.
Cuando Hellen fue a la universidad, la maestra Sullivan la acompañó para deletrearle y escribirle en su mano las palabras que pronunciaban los profesores y le leyó muchos libros, pese a que casi no veía.
Pase lo que pase empieza de nuevo, le decía Sullivan a Hellen. Cada vez que fracases vuelve a empezar, le reafirmaba. En su diario, Hellen la describe como una gran mujer, mi maestra jamás ponía restricciones para alcanzar la perfección.
Diariamente sus pobres ojos se esforzaban para vigilar que mis labios y maxilares se movieran correctamente. La personalidad de mi maestra estaba dotada de tantas virtudes y de una fuerza comunicativa tan grande, narra Hellen Keller en su diario.
Ana Sullivan fue una de las primeras en comprender el daño que ha causado a los ciegos la actitud de lástima y aislamiento con que se les mira. Ella consideraba a los ciegos como seres humanos con derecho a la educación, recreación y trabajo. Realmente es un honor para Panamá contar con este centro que lleva el nombre de tan noble mujer.