Cuando todo había terminado y los Spurs de San Antonio habían dejado que se les escapara de las manos su quinto campeonato, al sucumbir ante el Heat de Miami en una serie de siete juegos que quedó para el recuerdo, el argentino Manu Ginóbili solo necesitaba marcharse. No estaba seguro de si iba a regresar.
Estaba por convertirse en agente libre, salía de una de sus temporadas más desafiantes y cumpliría pronto 36 años.
Ginóbili buscó un escape en las aguas cristalinas y arrecifes de coral de las Islas Turcas y Caicos, en el Caribe, pero a veces ni el paraíso puede reconfortar al viajante que lleva en su equipaje un corazón afligido.
Los Spurs estuvieron a cinco segundos de ganar su quinto título de la NBA en igual número de oportunidades, pero un par de rebotes fallidos, a los que siguieron agonizantes triples, ayudaron a Miami a ganar el sexto juego en tiempo extra, y el Heat concretó su segundo campeonato consecutivo dos días después.
Las derrotas fueron desconsoladoras, en especial la del sexto juego, y nadie se las tomó peor que Ginóbili. Ni siquiera unas vacaciones en familia, nadando con sus hijos mellizos, pudieron hacer que el emotivo jugador perimetral olvidara lo que pudo haber pasado.
Habría sido más fácil si cada mesero, empleado y visitante de ese hotel no hubiese visto la final, recordó Ginóbili. Todo el mundo quería decirme que la vieron y valoraban lo que se hizo y dijeron algo sobre el juego. Realmente lo agradecí, pero en realidad no. Lo entiendo. Me hizo recordar más lo que quería olvidar.
El argentino ha sido siempre el pulso de estos fríos y calculadores Spurs, contribuyendo con elemento humano a una organización que a veces parece una máquina. Pero las lesiones ocasionaron que se perdiera 22 juegos en la temporada regular el año pasado, y en pocas ocasiones fue capaz de mostrar el brío dinámico y el juego impredecible que lo convirtieron en un favorito de los aficionados en San Antonio.