Sustento de una familia. Un auto oxidado va lento por las mesquinas calles de Boca La Caja anunciando verduras y frutas. Al pasar por cada residencia, las filas de niños y ancianos crecen. Todos buscan bananas y plátanos, pero al estacionarse en la residencia de la familia Rojas, frente a la iglesia La Caridad del Cobre, en el sector 1, la bocina del auto calla.
La razón: el gallo Rey. Este animal, de casi diez años de vida, increíblemente es el sustento de una familia que no pretende vender su terreno, a pesar de la ola de ofertas que por estos días inunda el barrio de pescadores.
Rey se ha ganado la popularidad y el reconocimiento gracias a sus mil batallas, y a pesar de que perdió su ojo izquierdo de un picotazo hace dos años, sigue desplumando a los rivales.
Este gallo se lo regalaron a uno de mis hijos, desde entonces ha formado parte de esta familia. Ha peleado en La Chorrera, Arraiján, Río Abajo, Pedregal y San Miguelito, dice Juan Rojas, al tiempo que yergue su pecho como paloma.
Pero además de buen peleador, Rey es famoso por su virilidad, hasta el punto de que una vez, dice Rojas, fue secuestrado por unos vecinos para cruzarlo con otras gallinas. Desapareció de repente, todos estábamos asustados y tristes. Fueron tres días de angustia. El animal apareció, ya que unos jóvenes lo devolvieron a su hogar, explicándoles el hecho a los propietarios.
Al ave la han querido comprar hasta por 2,000 dólares, cuenta Rojas. Pero no piensan venderla, porque Rey es en ocasiones quien pone las presas sobre la mesa. Yo vivo de la construcción, pero no siempre tengo trabajo, así que cuando él gana una pelea, tenemos qué comer. En más de una oportunidad hemos logrado obtener 3,000 dólares por una pelea, sostiene.
Aminta Rojas, encargada de alimentarlo, dice que no tiene ningún problema, porque también come vegetales. Si le das lechuga, se la come. Igualmente le gusta el tomate, pero su plato favorito es el pan con leche.
El gallo se mantiene amarrado a un árbol de naranja en el patio de la casa, pero le brinca a los perros y gatos que se acerquen a su terreno. No puede verlos, porque de una vez se eriza, asegura uno de los vecinos de los Rojas.
Luego de lanzarle algunas hojas de lechuga al gallo, el conductor del pick-up de verduras continúa su peregrinaje por los estrechos callejones con su ronca bocina. Mientras, Rey canta tan fuerte que su quiquiriquí podría llegar a lo alto de las torres que rodean el bullicioso barrio.