En un cuarto de 50 m2, en calle 17 Santa Ana, el chasquido de unas tijeras supera en ruido al volumen de un televisor. Mientras, unas rústicas manos untan crema exfoliante sobre el rostro de un hombre mayor.
A pesar de las incomodidades, nada impide al único barbero del local atender a la tropa de clientes que llegan en fila al Melidín Beauty Salón. Así se llama, pero no hay un cartel que lo diga.
Colocada la pasta sobre el rostro, la navaja arrasa con los enemigos faciales.