Un avaro vendió todo lo que tenía de más y compró una pieza de oro, la cual enterró a la orilla de una vieja pared, y todos los días iba a mirar el sitio.
Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al lugar y decidió averiguar qué pasaba. Pronto descubrió lo del tesoro escondido y, cavando, tomó la pieza de oro y se la robó.
El avaro, en su siguiente visita, encontró el hueco vacío y jalándose sus cabellos se lamentaba amargamente. Entonces otro vecino, enterándose del motivo de su queja, lo consoló diciéndole: