En vida podemos ser lo más perverso, pero al morir casi nos santifican. Parece que con la pérdida de un ser querido también perdemos la memoria, porque nadie recuerda lo irresponsable, infiel, alcohólico, drogadicto y maltratador que fue el o la difunta.
En los velorios y sepelios, nadie habla mal del muerto, ni la familia a quien le hacía la vida de cuadritos, ni el vecino que no soportaba sus escándalos. En ese viaje al más allá los dolientes le dan el pull para que ascienda como un angelito.





