La semana pasada escribí sobre una deliciosa enfermedad llamada abuelazón. Recibí gran cantidad de comentarios por esa columna, especialmente de abuelas enamoradas de sus nietos.
Cuando la escribí, yo aún no era abuela. Hoy lo soy, y el corazón no me cabe en el pecho.
Cuando di a luz a mis hijos, fue un momento sublime que viví tres veces. Pero cuando vi a mi nieto, el corazón, literalmente, se me paralizó por segundos que me parecieron eternos.





