Murrill tiene dos hijos, y cuenta que en sus planes no estaba ser educadora, pero un día le solicitaron atender a un grupo de niños a los que unas monjas les daban clases y, sin percatarse, sintió el amor por esta profesión.
Entusiasmo y alegría se puede percibir en el trato de esta docente que no se arrepiente de haberse decidido por un trabajo tan noble.