En la ciudad de Shawakis vivía un príncipe amado por todos: hombres, mujeres y niños. Aun los animales del campo se acercaban a él para saludarlo.
Sin embargo, la gente decía que su esposa no lo amaba y, aún más, que lo odiaba.
Cierto día, la princesa de una ciudad vecina llegó a visitar a la princesa de Shawakis. Y, sentadas, conversaron, y sus palabras derivaron hacia sus esposos.
La princesa de Shawakis dijo con pasión: