En "Hablemos de sexo, la cigüeña no existe", Juan, el hombre de la casa, tan seguro de sí mismo, tan acostumbrado a dar órdenes y a ser obedecido "ipso facto", en un solo segundo vio trastabillar su mundo.
Su autoridad se vino al piso. Todo esto, al darse cuenta de que su pequeña Gertrudis, quien no hace mucho que aún jugaba con muñecas, estaba más clarita que él en esto de la procedencia de los bebés y otros asuntos relacionados con la sexualidad.
Y, peor aún, iba a ser abuelo. Es como si le hubieran dado con un mazo.





