Panamá mostró un rostro algo difuso, ante un rival que no dejó ser más que un sparring sin sentido de lo que pasaba.
Los gestos de El Bolillo eran similares al que ve una película de terror, solo y de noche. Como si no asimilara lo que ve en el campo de juego, o le diera miedo lo que descubría.
No se notaba tranquilo, sus ademanes, sus miradas, los movimientos de sus manos y las constantes conversas con parte de su cuerpo técnico, no eran de tranquilidad, y mucho menos de alegría.