Una vez por semana, las abuelas de Kibera salen de sus chabolas, se desentienden de sus nietos y dejan sus puestos de venta callejera para aprender defensa personal, una herramienta que ha permitido reducir las violaciones en esa y otras favelas de Nairobi.
Llegar a ser una shosho (abuela, en el dialecto local kikuyu) en los barrios chabolistas de la capital keniana es difícil no solo por la barrera que marca la esperanza de vida -de casi 50 años-, sino porque son presa fácil y segura para los violadores.