Un día un chico de trece años paseaba por la playa con su madre. Hubo un momento en el que la miró con insistencia y le preguntó:
- Mamá, ¿qué puedo hacer para conservar un amigo que he tenido mucha suerte de encontrar?
La madre pensó unos momentos, se inclinó y recogió arena con sus dos manos. Con las dos palmas abiertas hacia arriba, apretó una de ellas con fuerza. La arena se escapó entre los dedos. Y cuanto más apretaba el puño, más arena se escapaba.