Al entrar a una de las pensiones, una puerta oscura era el paso obligado para subir unos 10 escalones de cemento carcomidos por el tiempo.
Al final, en una pequeña cabina, una mujer esperaba el pago, sin el más mínimo cruce de palabras, ni miradas que juzgaran a los clientes.
Se entregó la llave y la puerta se cerró.
Dentro, la falta de un jabón era evidente y el óxido de la jabonera, del lavamanos y de una silla salió a relucir.





