El hambre tenía a los náufragos más flacos de lo que eran. Una vez que cazaban una caguama todos se pegaban a la herida por unos minutos y tomaban sangre para hidratarse. Luego, le cortaban la cabeza y la sangre la tiraban en un tanque, eso se cuagulaba y lo repartían como gelatina.
La tortuga era abierta, apartaban la grasa y la carne para luego repartirla en partes iguales. Algunos no comían la manteca. "Yo todo eso me lo comía, pero ya al pasar los días... qué va, el hambre obligó y los que no comían pedían", narró don Manuel.