Hace muchos años, cuando un médico trabajaba como voluntario en un hospital de Stanford, conoció a una niñita llamada Liz, quien sufría de una extraña enfermedad.
Su única oportunidad de recuperarse, aparentemente, era una transfusión de sangre de su hermano de 5 años, quien había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había desarrollado anticuerpos necesarios para combatir la enfermedad.