H abía un asceta, santo y penitente, que vivía en la selva, lejos de caminos humanos, se sustentaba de los frutos de los árboles y las raíces del suelo, y bebía del agua del río que fluía al borde de su cabaña.
Vestía sólo un taparrabos y guardaba otro para cambiarse. Y pasaba todo el día en la contemplación sagrada del Dios que había hecho esas maravillas. Pero había ratones en la selva y, mientras él estaba en oración, le roían el taparrabos que había puesto a secar. Pronto quedó inservible.





