Cerca de un arroyo de aguas frescas había un pequeño bosque. Todos los árboles gastaban las energías en ser más altos y grandes, con muchas flores y perfumes, pero quedaban débiles y tenían poca fuerza para echar raíz.
En cambio, un laurel dijo: "Yo, mejor, voy a invertir mi savia en tener una buena raíz. Así creceré y podré dar mis hojas a todos los que me necesiten".
Los otros árboles estaban muy orgullosos de ser bellos y no dejaban de admirarse y de hablar de los encantos de unos y otros. El laurel sufría esas burlas.





