Trabajó hasta el final. Sus canas y su don de gente no fueron suficientes para que Julio Herrera, de 67 años, no fuera asesinado a golpes por sujetos sin corazón.
Su hija, Cristina Herrera, no puede creer cómo le arrebataron la vida a su padre, quien no se metía con nadie y siempre iba de su casa al trabajo, pues era una persona muy responsable con su familia.