Un día escribí que me siento la peor madre del mundo, incluso, desnaturalizada. ¿La razón? No soy esa mamá abnegada, desinteresada, sumisa, consentidora, casi santa que pintan en las tarjetas del día de la madre. Por el contrario, soy mandona, refunfuñona, regañona y hasta gritona.
Después de publicar la columna, recibí diversos correos de madres que se identificaban conmigo, pero también otros en los que me insultaban por no ser la madre perfecta y desconocer los derechos de los niños, niñas y adolescentes.





