La vida es vaso que espera.
Éricka Picado
Hace trescientas columnas, es decir, unas noventa mil palabras, es decir, alrededor de ciento treinta y cinco millones de letras y signos ortográficos; sí, hace cerca de 10 años, o sea, 120 meses, o sea, 3 650 días, o sea, 87 600 horas, comenzó esta aventura que terminó por llamarse Heurísticas. ¡No está mal para alguien que no es periodista profesional!
Pero sí creo que soy un columnista profesional. Bueno, en realidad me he ido convirtiendo en uno. En estos 5 256 000 minutos dedicados a escribir semanalmente un tema de reflexión he tenido que profesionalizarme. Así fue, fui pasando de a poco de un arrogante aficionado a un humilde profesional.
Para empezar, tuve que aprender a pensar, abandonar ese feo hábito de creer que el mundo o es blanco o es negro, de pensar que la verdad o se tenía o no se tenía; tuve que abrir los oídos, los del corazón, a las múltiples posibilidades que tiene ella, la verdad, de manifestarse ante nuestros ojos, ante los ojos de nuestra mente. Muy lentamente fui comprendiendo que lo más probable es que la verdad incuestionable no existe, que lo más admisible es que existen varios puntos de vista e interpretaciones que puede ser que se complementen, pero también puede ser que se excluyan entre sí y que aún así, siguen teniendo su valor por verdaderos en algún grado.
Para continuar, tuve que aprender a escribir. Entender que la escritura es para comunicarse y que la comunicación debe ser transparente y agradable, por lo tanto, jamás debe ser una jerigonza petulante que nadie comprende. Al final pude asimilar un simple axioma: si no lo puedes decir con palabras sencillas, es que no sabes de qué estás hablando. Pido perdón por todos los ladrillos incomprensibles que escribí y que tuvieron que sufrir. Llegué, llegamos, a trescientas; gracias todos ustedes, esperemos que vengan trescientas más. Y si se puede, otras trescientas, y otras trescientas, y otras