En días pasados, mi hijo mayor fue suspendido de la escuela. Le pregunté las razones de su suspensión y me respondió que había sido un castigo injusto, ya que él no había hecho nada malo.
Y tenía razón. No hizo nada.
A veces nuestro delito puede no ser de acción, sino de omisión.
Si tenemos amigos, y amigos de verdad, debemos ser capaces de decirles lo que es bueno y lo que es malo.
A veces tenemos que decirles a nuestros amigos lo que ellos no quieren escuchar.
A veces tenemos que hacer entrar en razón a nuestros amigos. ¡Qué bueno es no hacer nada!
No siento culpa porque no hice nada. Pero a veces, no hacer nada es malo.
No se debe confundir entre amistad y complicidad o alcahuetería.
Y por otro lado, no se debe confundir el decir las cosas de acuerdo con nuestros valores y creencias, y el ser mojigato.
No confundir entre decir las cosas y ser un soplón.
Nuestra sociedad actual vive con una carencia bárbara de valores. Y esos valores no se enseñan en el kínder, en el colegio o en la universidad. Esos valores se enseñan en el hogar.
Enseñemos entonces valores a nuestros hijos, que esa será la mejor herencia que les podremos dejar