Aquel 3 de octubre de 1989 regresaba yo de trabajar en el IDAAN. Vivía en Vía Porras, por lo que iba caminando hacia mi apartamento, cuyo balcón daba a la calle.
De pronto alcancé a ver una cabecita que brincaba y decía: el que no brinca es sapo, el que no brinca es sapo.... Tenía varios rollos de papel higiénico guindados en el balcón.
Era mi hijo, a la sazón de ocho años, que celebraba desde su inocencia la supuesta caída de Manuel Antonio Noriega tras el golpe militar encabezado por Moisés Giroldi. Ya a la vía Porras se acercaba la caravana desde la calle 50.
Yo me asusté porque no era seguro que lo habían tumbado, ya se hablaba de una contraproclama y de que no había caído el MAN.
Subí a mi apartamento y quité los rollos de papel higiénico, no sin antes explicarle a mi hijo Néstor que eso era peligroso en ese momento. Yo había pasado por el supermercado Gago, en la esquina de Vía Brasil, donde hoy está Price Mart, y vi tanquetas y carros blindados de las Fuerzas de Defensa.
Comenzaron a pasar los carros de la caravana frente a mi edificio. Los pañuelos blancos salían por las ventanas, mientras desde los balcones se oía el ruido de las cacerolas. De pronto, avanzaron las tanquetas que se apostaron frente al inicio de la caravana que, como si de una película se tratara, se fue en reversa para huir de allí. Comenzaron los disparos. Algunos alcanzaron el edificio donde yo vivía. Gracias a Dios llegué a tiempo para quitar a mi hijo del balcón. Fue un día tenso, angustioso y doloroso para los panameños. Esperemos que nunca se repita.