Con ojos rodeados de arrugas y con manos temblorosas, Azael Barcasnegras, un anciano de 80 años, espera por la verdad de lo sucedido en Panamá el 20 de diciembre de 1989, debido a que uno de sus hijos fue asesinado ese fatídico día y él no está seguro de la identidad de la persona que sepultó.