CIUDAD DEL VATICANO (AP) _ Tres rondas de votación habían sido depositadas sin que nadie hubiera sido elegido, pero se estaba volviendo evidente hacia dónde se dirigía este cónclave.
Cuando los cardenales tomaron un receso para comer, Sean O'Malley, de Boston, se sentó junto a su amigo argentino Jorge Bergoglio.
``Parecía muy abrumado por lo que estaba pasando'', dijo O'Malley.
Horas después, el arzobispo de Buenos Aires apareció ante una multitud frenética aglutinada en la Plaza de San Pedro con el nombre de Francisco, el primer papa del continente americano.
Los cardenales hacen un juramento de secreto al entrar al cónclave, con la promesa de nunca revelar lo que ocurre a puertas cerradas. Pero como es costumbre, comparten anécdotas de su experiencia.
Comenzó la tarde del martes con una procesión.
Mientras recitaban un hipnótico canto gregoriano, los 115 príncipes de la Iglesia, ataviados con albornoces rojos sobre túnicas blancas, caminaron en fila de dos hacia la Capilla Sixtina y tomaron sus asientos en cuatro hileras de mesas. Uno usó una silla de ruedas y fue ayudado por sus colegas a que tomara su lugar.
Luego, cada uno de ellos pasó al frente y juró no revelar lo que estaba por ocurrir: ``Prometemos y juramos observar con la máxima fidelidad... el secreto de todo aquello que en cualquier modo concierne a la elección del nuevo pontífice''.
Tras la orden latina de ``extra omnes'', o ``todos fuera'', las enormes puertas se cerraron, se hizo girar la llave y el cónclave comenzó.
No importa cuán bellos sean los frescos que Miguel Angel pintó en la capilla, la acústica es mala, según el cardenal de Chicago, Francis George.
El cardenal decano, Giovanni Battista Re, tuvo que explicar cada paso del ritual dos veces, una vez en cada lado del recinto.
Aparte de eso, todo fue silencio.
``El cónclave es una experiencia muy mística'', dijo O'Malley. ``Es como un retiro''.
Cada hombre escribió unas cuantas palabras en latín sobre un pedazo de papel: ``Eligo in Summum Pontificem'' (Elijo como sumo pontífice), seguido por un nombre.
Uno por uno, con el papel en lo alto, caminaron al frente, lo colocaron sobre un plato y con éste lo depositaron en una urna.
Después empezó el conteo por parte de tres cardenales escrutadores, que leyeron en voz alta el nombre escrito en cada papel.
Cuando terminaron de contar, quedó claro que las preferencias eran diversas, dijo el cardenal Sean Brady, líder de la Iglesia en Irlanda.
``Hubo varios candidatos'', dijo.
Un cardenal ató las boletas y las puso en una estufa.
Afuera, en la Plaza de San Pedro, mientras salía humo negro de la chimenea, la alborozada multitud calló y comenzó a dispersarse.
La mañana del miércoles, los cardenales hicieron una nueva procesión y repitieron el ritual de votación.
Cada hombre llenó su boleta y caminó al frente del recinto.
``Cuando caminas con la boleta en la mano y te paras frente al mural del `Juicio Final', es una gran responsabilidad'', dijo O'Malley.
Hubo dos votaciones antes del almuerzo, y la cantidad de nombres se iba reduciendo.
Pero el humo fue negro una vez más, y la multitud se decepcionó nuevamente. Pero esta vez no abandonaron la plaza.
Durante el almuerzo, O'Malley se sentó con Bergoglio.
``Es muy accesible, muy amigable'', dijo. ``Tiene buen sentido del humor, es diligente y es muy agradable estar con él''.
Pero con la votación inclinándose en su favor, Bergoglio se veía inauditamente sombrío.
En la primera votación de la tarde, los cardenales se aproximaban a una decisión. Pero aún no por completo.
Comenzaron nuevamente en otra votación, y los escrutadores leían los nombres.
Entonces los purpurados comenzaron a darse cuenta que su labor estaba hecha.
``Fue un momento muy conmovedor a medida que se escuchaban los nombres'', dijo Brady. ``Bergoglio... Bergoglio... y de repente llegamos al número mágico de 77''.
Los cardenales aplaudieron al 77, y nuevamente cuando el conteo terminó.
``No creo que hay habido un ojo seco en la casa (la capilla)'', dijo el cardenal Timothy Dolan, de Nueva York.
Un cardenal le preguntó a Bergoglio si aceptaba el papado.
``Soy un pecador, pero como esta dignidad se me ha conferido, acepto'', respondió, de acuerdo con tres cardenales franceses.
Bergoglio anunció el nombre que asumiría _Francisco_ y se fue a poner la indumentaria papal a la ``Sala de las Lágrimas'', una sacristía que se ganó su nombre porque muchos han llorado ante la inmensidad de la tarea que les aguarda.
Cuando Francisco regresó al recinto, ``su primer acto fue ir hacia un cardenal en silla de ruedas e ir a la parte trasera de la capilla para saludarlo'', dijo Brady.
Los asistentes llevaron una plataforma con una silla blanca para que Francisco se sentara mientras los cardenales acudían uno por uno a expresarle su respeto.
El papa la rechazó, dijo Dolan.
``Se encontró con nosotros a nuestro propio nivel'', dijo Dolan.
Dolan dijo que sintió una extraña emoción al besar el anillo del pontífice.
``Es muy difícil de explicar'', dijo Dolan. ``Obviamente llegas a conocer a tu hermano cardenal. Pero súbitamente la identidad es distinta''.
Era momento de encarar al público.
Más de 100.000 personas se habían reunido en la plaza, y Francisco se preparaba para saludarlos desde el balcón.
Trabajadores del Vaticano se formaron para estrechar su mano, pero a Francisco le preocupaba retrasarse, dijo Dolan.
Había mucha gente esperando afuera bajo la lluvia, y no quería tenerlos ahí.
Cuando Francisco salió al Balcón de las Bendiciones, los cardenales se apresuraron a los ventanales para mirar a la multitud.
Era de noche, y George esperaba ver un ``mar de paraguas''. En lugar de eso vio las cámaras que destellaban por toda la plaza.
``Se veían como joyas'', dijo George.
La multitud saltaba, haciendo bailar a los paraguas.
Perfectos extraños se abrazaban.
Luego del discurso, vino un automóvil para llevar al nuevo papa a cenar, y autobuses para el resto de los cardenales.
El auto se regresó sin pasajero.
``Cuando llegó el último autobús, adivina quién salió'', dijo Dolan.
Francisco cenó con los demás.
Brindaron por él, ``y luego él brindo por nosotros y dijo: `que Dios les perdone lo que han hecho''', relató Dolan.
Para cuando la noche terminó, dijeron los cardenales, el nuevo papa se veía cómodo con su nuevo hábito.
``Anoche creo que había una paz en su corazón'', dijo O'Malley, ``de que la voluntad de Dios se había cumplido en su vida''.