Fuimos creados conforme a la voluntad de Dios. En medio de la niñez, vamos aprendiendo sobre las actitudes y aptitudes de las personas que tenemos cerca, y es ahí donde empezamos a formar nuestro sentir, tomando como ejemplo a quienes nos dieron la vida, que son nuestros padres.
Cuando uno es niño, cree en lo que escucha y lo que ve, y aunque la influencia sea negativa, se considera algo normal y común. "Mamá y papá" son personas esenciales en la vida de un infante, para que le enseñen valores, para que lo formen, lo preparen y lo impulsen a lograr cada meta que se presente en su amplio caminar. Pero hay quienes no son conscientes de eso, y culpan a la "calle" y a las escuelas por el comportamiento de sus hijos, cuando la educación realmente proviene del hogar. Nosotros los adultos, somos el reflejo de lo que los niños ven, y de nuestros actos depende el desempeño de aquel ser inocente, que solo imita lo que cree correcto, con el afán de ser igual a sus ídolos. Hay que enseñarles que uno puede soñar, pero que no se conformen con eso, sino que trabajen y se esfuercen para que ese deseo anhelado del alma se cumpla. Obviamente, van a necesitar de ese abrazo y esa palabra de fe que les dé ese aliento para salir adelante, pues no todo en la vida es "economía".
Hay factores más importantes como el respeto, tolerancia y el amor, que son fundamentales para ese proceso de crecimiento. Por eso les digo "padres y madres", cierren sus ojos, inclinen su rostro y digan a Dios: "Señor, quiero ser como Tú, porque ellos desean ser como yo, y quiero ser buen ejemplo que sus ojos vean", amén. ¡CRÉELO!