Hoy quiero compartir una investigación que se realizó con un pez llamado lucio. Los lucios son peces carnívoros capaces de comerse una veintena de pequeños peces cada vez que abren la boca. Se descubrió que al separar al lucio, mediante un cristal, del resto de los peces que nadaban en un tanque de agua, este seguía intentando comerse a los más pequeños.
Pero cada vez que lo intentaba chocaba con la boca en el cristal, lo intentó una y otra vez, y lo siguió intentando durante un buen rato, hasta que comprendió que era imposible, lo único que conseguía golpeando el cristal era sentir dolor, de modo que lentamente se fue dejando caer hacia el fondo del tanque de agua.
Una vez que había desistido de seguir intentándolo, alguien quitó el cristal que le separaba de su ansiado alimento. Entonces los pequeños peces comenzaron a nadar delante de sus mismas narices. Podría haber abierto la boca y alimentarse de nuevo, pero algo había cambiado en aquel tanque de agua: el lucio se había convencido de que era imposible comer peces.
Lo único que había conseguido cuando lo había intentado era provocarse dolor, de modo que no hizo nada. Siguió en el fondo viendo pasar el alimento por delante de él, pero sin tratar de atraparlo. En su cerebro había arraigado la creencia de que no podía.
Cuántas veces no hemos hecho lo mismo que el pez lucio, pensamos que todo ha terminado, que ya nada va a cambiar, que así será nuestro destino, en fin, tantas cosas pensamos cuando algo no sale a nuestro favor, pero ¡ánimo! debemos seguir adelante, tenemos un Ser Supremo que nos ayudará a no darnos por vencidos.