Un día, Nasrudin se moría de ganas por comer una fruta, así que se escabulló en una huerta, trepó a un árbol y comenzó a comer toda la fruta que alcanzaba. Al poco rato, el dueño apareció y le preguntó enojado: - ¿Qué haces allí arriba?
Nasrudin, tratando de librarse, le contestó muy dulcemente:
- Oh, señor, soy un ruiseñor y solo estoy aquí cantando.
Al hombre le pareció graciosa la ocurrencia y rió, diciendo: - Así que eres un ruiseñor, eh. Entonces déjame oír tu canto.





