Hay que ser experto para pronosticar el tiempo, pero usted y yo sabemos que lo que está ocurriendo con nuestro clima no es normal. Hace unos días, al despertar, me asomé por la ventana y vi una mañana soleada, acompañada de una suave brisa que me hizo recordar esos esplendorosos días de verano.
Decidí entonces lavar la ropa; la tendí en el patio y no había transcurrido ni media hora cuando comenzó a caer tremendo chaparrón, que ni chance me dio para recogerla. La lluvia solo tardó un par de minutos, pero fue suficiente para causar desastres en diversos puntos de la ciudad, incluso en aquellas áreas que jamás imaginamos que se inundarían.
Hasta hace poco, podíamos predecir el tiempo con solo mirar el cielo; el sol auguraba un día radiante, las nubes oscuras una segura lluvia, señales de las que ya no podemos confiarnos, porque con sol y sin él, siempre llueve.
Esto nos demuestra que los efectos del cambio climático ya están aquí, tocando puertas en diferentes barriadas, causando pérdidas materiales y de vidas humanas cada vez que llueve a cántaros. Hay comunidades asentadas muy cerca de ríos y quebradas que nunca antes habían sido afectadas por las inundaciones como ahora.
La gente se pregunta qué está pasando, y la respuesta está en la inconsciencia del ser humano, que pese a las advertencias, sigue devastando los recursos naturales. Su afán desmedido por destruir el ecosistema es cruel y peligroso; cruel porque con sus propias manos está destruyendo su hogar, y peligroso porque parece no existir interés por conservarlo.
El científico Stanley Heckadon Moreno lleva años de estar advirtiendo las consecuencias de la destrucción de los manglares y demás ecosistemas que representan y nos dan vida. Sus advertencias, plasmadas en uno de mis reportajes de una década atrás, y que incluso a mí me parecían lejanas y poco probables, hoy, lamentablemente, se hacen realidad.