Al visitar, en Semana Santa, Soná, el pueblo donde nací y crecí al lado de mi familia, vinieron a mi mente tantos recuerdos, que hoy, viviendo en una ciudad de cemento, extraño:
- La abundancia de mariposas, que ahora en la ciudad no veo.
- Los totorrones en tiempo de Semana Santa que en la ciudad no escucho.
- El cantar de los pajaritos. En la ciudad me trauma el chillido de los talingos.
- El olor a tierra mojada cuando caían las primeras lluvias.
- Las ciruelas que tiraba al suelo con piedra, palo o lo que encontrara.
- Los árboles cargaditos de mangos.
- Subir al árbol de mandarina japonesa, para agarrarlas o huir de mamá.
- Los cocinaítos a través de los cuales aprendíamos a cocinar.
- El incomparable olor a pepitas de marañón asada.
- Los chapuzones en los ríos Tríbique, Cobre y Tolerique.
- Cantar en el coro de la iglesia San Isidro.
- La escuela Miguel Alba, donde hice mi primaria.
- Mi primera maestra Ana Polanco.
- Correr, brincar y manejar bicicleta.
- Escuchar los cuentos de miedo de los abuelos
- Los enyucados, cocadas y chicheme que hacía mi mamá.
- Pero a quienes más extraño, son a mis amiguitos, con quienes no paraba de jugar y por quienes mi mamá se desgalillaba llamándome...¡Joanyyy!