Cuando una mujer decide olvidar, no hay nada en el mundo que le haga cambiar.
Esa es la letra de una canción que se aplica muy bien a las mujeres que saben que valen su peso en oro y que nadie podrá jamás vencer su fuerza de voluntad.
Conozco a una joven valiente, fuerte, decidida y voluntariosa que lloraba una noche por una decepción amorosa.
Su llanto lastimero me hizo regresar 30 años de mi vida cuando, siendo muy joven, me divorcié. Fue duro, pero mis padres me habían enseñado una lección que marcó mi vida: Para amar a otros, hay que amarse a uno mismo.
Sobre esa base salí adelante, me volví a casar y soy feliz. Como yo, lo hará cualquier mujer que se ame a sí misma, que se respete, que esté consciente de que nadie tiene derecho a pisotearla, que fuera de esa relación dañina hay todo un mundo de oportunidades... y de amor.
Ese es el mensaje que traté de transmitirle a esa joven triste porque un hombre que no la merece y no ha sabido valorarla la hace sufrir.
Conociéndola, sé que saldrá adelante con dignidad; que sabrá utilizar todas sus virtudes y talentos para superarse, para lograr sus metas, para triunfar, para ser feliz y volver a reír.
Y cuando lo haga, levantará altiva su cabeza para mirar siempre hacia adelante, nunca para atrás, porque lo que pasó, en el pasado se queda. De eso solo se obtiene experiencia, sabiduría, fortaleza para afrontar las pruebas que pone la vida y agradecimiento por lo vivido.
Así como el oro se fragua en el fuego, también la fortaleza proviene de las batallas que nos ha tocado librar en la vida. Nadie se hace fuerte si no le ha tocado luchar por algo.
Mujeres que sufren por amor: levántense y anden. Quien las hace sufrir no merece sus lágrimas, y quien las merece, no las hace sufrir.









