En ocasiones, las personas se quejan de que son pobres, y tienen una casa en una buena barriada, a sus hijos en escuela privada, un carrito y comen los tres golpes al día. Se visten con ropa de buena marca, en sus casas tienen televisores plasma, computadoras, nevera, componentes, entre otras comodidades. Desde esta perspectiva, no son tan pobres como pregonan, pues la pobreza es una situación o forma de vida que surge de la imposibilidad de acceso o carencia de los recursos para satisfacer las necesidades físicas y psíquicas básicas humanas, tales como la alimentación, la vivienda, la educación, la asistencia sanitaria o el acceso al agua potable.
La verdadera pobreza la pude palpar el pasado domingo en una visita que hice a una comunidad muy humilde ubicada en Arraiján cabecera. Sus moradores la llaman Altos de Howard, pero de alto solo tiene el nombre, pues sus casitas son de madera y hojas de zinc.
Al ver con qué orgullo me decían esa que está allí es mi casa, no pude evitar hacer comparaciones con mi casa en Villas de La Alameda, que al lado de esas casitas es una verdadera mansión.
A pesar de que tengo el privilegio de vivir en una casa con todas las comodidades, me quejo, y esta es la realidad de muchos panameños que al igual que yo tienen esa dicha.
Lo que tenemos que hacer es ponernos a pensar que así como los moradores de Altos de Howard viven con lo mínimo, hay miles de panameños que, lamentablemente, viven en pobreza extrema, en un país en el que sus gobernantes se jactan de que tenemos el crecimiento económico más grande de toda la región. De ahora en adelante, lo que tenemos que hacer es pensar en los panameños que nada tienen, vivir felices y agradecerle a Dios lo que nos ha dado y no quejarnos tanto.
