Mucho se promueve y exigen los deberes que tienen los padres con sus hijos hasta cumplir la mayoría de edad, y si cursan estudios universitarios, hasta que culminen. Evadir esta responsabilidad es condenada por la sociedad y la ley.
Afortunadamente la mayoría de los padres y madres no vamos a la cárcel simplemente porque no vemos la crianza de nuestros hijos como una obligación, sino como un acto de amor, que sin importar los sacrificios, traspasa los límites del tiempo.
Contrario a ello, poco se habla sobre el deber de los hijos hacia sus padres, sobre todo cuando llegan a la vejez. Y me refiero no solo al deber económico, sino también al moral. No quiero ni pensar la cantidad de viejitos y viejitas abandonados que hay en este país.
Cómo es posible que una mujer que ha criado, por ejemplo, a seis hijos, no pueda recibir en el ocaso de su vida un poquito de amor y ayuda de esos seis hijos porque alegan que tienen otros compromisos e inhumanamente la abandonan a su suerte.
Si Dios me da larga vida, no sé qué será de mí, pero confío en el ejemplo que les he enseñado a mis hijas. Si el príncipe es virtuoso, los súbditos imitarán su ejemplo, decía el filósofo chino, Confucio.