Es 30 de septiembre de 2016. Vamos camino al cuarto donde mi madre me trajo a este mundo. Hace 39 años y 28 días estuvimos juntos en este lugar. Estoy pensando: "Ahí fue donde mi vida inició". Y mi mente está abierta para ver qué descubrimos.
Antes de llegar al lugar, me atiende una señora que lleva 34 años como partera. Me lleva a una sala y me cuenta cómo es el proceso, la camilla y hasta enciende la incubadora para que tantee el calorsito. Luego de este preámbulo me comenta: "Tú fuiste cesárea. Eres del cuarto de acá, ven".
Entramos a un segundo cuarto donde me comparte cómo funcionan las cesáreas y me dice: "Me retiro para que tengas tu momento".
Ella sale del cuarto, cierra la puerta y me quedo observando el cuarto donde nací. La camilla está en el centro del cuarto. Camino y me siento en una silla que tiene al ladito, imaginando el punto de vista del cirujano.
Luego me traslado hacia una esquina del cuarto y me mantengo de pie observando todo en panorámica, mentalizándome en cómo pudo haber sido ese momento en el que nací.
De acuerdo a lo que mi madre me ha contado, logro imaginarla a ella sonreída y feliz acostada en la camilla. Está conectada a la anestesia y observo cuando cierra sus ojos y se va dormida.
Mi mirada se nubla junto con ella y aparece la importancia de una frase que ha mencionado en varias ocasiones: "Yo te parí". Empezando a comprender esto, repentinamente mi cuerpo se arrodilla y se encorva.
El momento se pone intenso. Mi cuerpo se encorva totalmente, la frente está casi tocando el piso. Todo está contraído. Los músculos, la mente, el alma, el tiempo. Todo. Se intensifica la presión en la cabeza y empiezan a salir las lágrimas. Lágrimas intensas, inmensas. Y mi voz empieza a decir en voz alta: "Perdón, perdón, perdón, perdón".
Entre más pido perdón, más mi cuerpo se contrae, más se encorva, más se acerca mi frente al piso. Mi mente pierde total control de mí. Siento toda la comunicación del alma directo a las cuerdas vocales, al cuerpo, hacia afuera, hacia el todo.