Aquella mañana el reverendo Davis, parado en el patio trasero de su iglesia, observaba aquel pequeño cerro plantado justo en lo que era parte de su terreno. Era como un molesto gigante que le robaba espacio que él necesitaba para la comodidad de su congregación. Absorto se encontraba en esa meditación cuando su secretaria lo interrumpió con una taza de café en la mano.
- Reverendo, su café. Ya están llegando los hermanos al templo.
- Gracias Guadalupe, enseguida entro.