Hace unos días estuve en una tarde de cantadera en la que los artistas en tarima eran dos caballeros y una dama, todos reconocidos, con gran trayectoria y de primera línea.
Pero me llamó la atención lo duro de las improvisaciones, en especial al momento del gallino picao; la dama no escondía su molestia ante lo subido de tono de los versos, que no dejaban nada a la imaginación, y que me atrevo a decir rayaban en lo obsceno.