HASTA que la muerte NOS SEPARE
Si alguien es gay y busca a Dios con buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?, sabiamente contestó el papa Francisco en 2013 a un grupo de periodistas.
En Panamá en los últimos días se ha formado un revuelo al tratarse el tema en una ley que reconocía los matrimonios homosexuales en el exterior. Este revuelo, con características discriminatorias, como lo califica Agustín Clément, es contrario a lo que ya muchos saben y observan aparentemente como normal, la convivencia de parejas del mismo sexo que participan en la crianza de niños, profesionales que trabajan con heteroxesuales sin complicaciones y respeto.
Para Agustín Clément es un tema serio y debe discutirse como tal, no a la ligera, sin levantar odios ni discriminación.
El tema creó controversia en las redes sociales, tanto es así que los calificaban de pecadores y otras aberraciones. Somos personas con valores y seres humanos, recalcó el artista y docente. El matrimonio es símbolo de amor, lo viví con mi pareja; fui feliz y fiel, agregó.
Con el matrimonio civil, señaló Clément, se da seguridad a la pareja en la repartición de bienes materiales o de ser los herederos de faltar uno de los dos, se evita el trámite del testamento. Clément indicó que es lo justo si se vive junto a la pareja. Añadió que no se pide el sacramento del matrimonio de la iglesia. No se pide llegar con un ramo a una ceremonia religiosa, se exige derechos civiles de la unión en pareja, explicó.
Somos una minoría discriminada que también aporta al país. Los heterosexuales tienen el derecho de casarse y divorciarse -las incidencias son altas-, pero nosotros no. La manera como se abordó el tema de la ley no fue la correcta. Además de que era doblemente discriminatoria; a un extranjero se le reconocería el tema y al panameño no.
Lo cierto es que el tema debe ser abierto al diálogo con madurez y sin hipocresías.