Aquella noche estaba inusualmente fría. Kathy salía de su pesado turno en el hospital donde trabajaba como enfermera. Se detuvo en la entrada, consultó su reloj, eran las doce y treinta de la medianoche. Avanzó hasta la siguiente calle donde pasaba el autobús y aguardó allí por cerca de quince minutos. Se acomodó en uno de los asientos del autobús y dejó que sus pensamientos galoparan en libre albedrío.