En la comunidad de Moscú, en el corregimiento del Arado en La Chorrera, hay un chico de 18 años que todos los días se para frente a un grupo de adultos entre 33 y 40 años para enseñarles a leer y escribir.
Su papá, su mamá, tíos y tías siete en total son sus estudiantes, quienes están cumpliendo el sueño de sus vidas; regresar imaginariamente a la escuela, a la que nunca asistieron cuando eran niños, para aprender a escribir sus nombres y poder contar los números.





